martes, 4 de agosto de 2020

MARINA TSVETÁYEVA



¡Al sol en la altura
tú puedes eclipsar
con todas las estrellas
en tu mano!

¡Ay, si pudiera
las puertas
de par en par
entrar en tu casa
como el viento temprano!

¡Y balbucear
y sonrojarme
y de pronto
bajar la mirada,
y, suspirando, sosegarme,
tal en la infancia, perdonada!

(2 de julio de 1916)






Marina Tsvetáyeva
(Moscú 26-091892— Yelábuga 31-8-1941)
Considerada, junto a escritores de la talla de Borís Pasternak, Ósip Mandelshtam o Anna Ajmátova, como una de las autoras rusas más relevantes del siglo XX, Marina Tsvetáyeva no se dejó encasillar en ninguna corriente literaria de la época, creó su propio estilo. La suya es una escritura complicada por su carácter conciso a la par que sonoro e impregnada toda ella de una gran riqueza y heterogeneidad estética, que provienen de su extensa y variada formación cultural. La prosa del poeta es un quehacer distinto de la prosa del prosista, en ella la unidad del esfuerzo no es la frase sino la palabra, e incluso con frecuencia la sílaba. Una mujer de espíritu rebelde, transgresora en todo, en la vida y en la escritura, que fue fiel a sí misma, consecuente y a la vez contradictoria, sensible y apasionada.

Nace en Moscú en 1892. Su madre, María Aleksándrovna Mein, «una polaca de sangre azul» —como la define la propia Marina—, pianista de gran talento, discípula de Rubinstein. Su padre, Iván Vladimírovich Tsvetayev, notable filólogo e historiador del arte, profesor de la Universidad de Moscú, fundador y director del Museo Rumyantsev (en la actualidad Museo de Bellas Artes Pushkin de Moscú).
La Revolución y la guerra harán que todo ese maravilloso mundo se derrumbe. Luego de una vida plagada de tragedias familiares y miseria, lamentablemente se quitó la vida el 31 de agosto de 1941, presa de la desesperación, presumiblemente por causas de persecución política y social. Su cuerpo fue hallado por su hijo Gueorgui.
El gran escritor ruso Joseph Brodsky nos da una idea de la grandiosidad de Tsvetáyeva como poeta. Este afirma que no existe en la poesía del siglo XX una voz más apasionada que la de ella. También dijo que él mismo, en su juventud, quiso medirse con Pasternak, Mandelshtam, Ajmátova y Tsvetáyeva, pero, en lo que se refería a esta última, dijo: «Renuncié, no estaba a la altura».

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