viernes, 31 de julio de 2020

HUELLA QUIETA













A veces las flores

     acunan silencios



           esconden lluvias



el canto humilde

de la greda



la hierba es muro


       (guarece del viento)


el sendero no es camino

                    es huella
                     quieta


de infancia



©Daniel Cáseres.


jueves, 30 de julio de 2020

VENGO, SEÑOR, CANSADO


Vengo, Señor, cansado;
¡cuánta fatiga
van cargando mis hombros
al fin del día!
Dame tu fuerza
y una caricia tuya
para mis penas.

Salí por la mañana
Entre los hombres,
¡y encontré tantos ricos
que estaban pobres!
La tierra llora,
porque sin ti la vida
es poca cosa.

¡Tantos hombres maltrechos,
sin ilusiones!;
en ti buscan asilo
sus manos torpes.
Tu amor amigo,
todo tu santo fuego,
para su frío.

Yo roturé la tierra
y puse trigo;
tú diste el crecimiento
para tus hijos.
Así, en la tarde,
con el cansancio a cuestas,
te alabo, Padre.

Quiero todos los días
salir contigo,
y volver a la tarde
siendo tu amigo.
Volver a casa
y extenderte las manos,
dándote gracias.
Amén.


Liturgia de las Horas
HIMNO DE VÍSPERAS.
Tiempo Ordinario.
30 de julio. JUEVES DE LA SEMANA XVII
De la Feria. Salterio I.

APRETADA

Apretada

la tierra se extiende

              abraza el horizonte

voz inefable

               pupila vibrante sobre el cuerpo desguarnecido

clepsidra de piel
             
                canta



(el amor sueña)

(el amor busca)





murmullo de salitre
 
   arrastra el sonido

en el borde de estos cuencos

hasta encontrar la música

la sincronía


silencio y beso





©Mineral
©Editorial Viajera. 2016.
©Daniel Cáseres.

AFINO LAS LUCES

Afino las luces

sin palabras

caigo pesadamente

           enteramente




la ausencia

en el espacio quieto

(carnoso silencio)




escarbo el suelo

como quien busca un mineral incalculable

                      un número absurdo

                                en mitad del infinito




©Mineral
©Editorial Viajera. 2016.
©Daniel Cáseres.


miércoles, 29 de julio de 2020

A LO LEJOS



La noche no busca palabras

     es la penumbra

                         nacida
la que habla



son las estrellas

                   que rezan


                       o el río

que acaricia luciérnagas



es el viento

que canta en lo oscuro


una mujer

que a lo lejos



acuna su vientre





©Daniel Cáseres.

martes, 28 de julio de 2020

NOS DIJERON DE NOCHE

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo;
La noche entera,
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas,
nadie supo la hora
ni la manera;
antes del día,
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto;
la fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.
Amén.

Liturgia de las Horas
HIMNO DE VÍSPERAS.
Tiempo Ordinario.
28 de julio. Martes de la semana XVII
De la Feria. Salterio I.

TAJO SIN PECHO



En el fresco más allá
la canción de la tarde
mece la montaña

no hay prisa

el otoño camina
en remolinos de hojas
bordeando el río

besa la gramilla
en un ondear de polvo

como esperando algo más
de la tierra

          se detiene


               inspira hondo


desciende lento
hasta el azul del agua
para beber su tenue vapor
de murmullo

siembra musgos
debajo de los árboles

quiebra ramas secas
como un niño eterno

sonríe triste
de belleza

se inquieta

busca piedras pájaros horizonte
se queda inmóvil
en silencio
         luego

nadie lo ha visto llorar
                        jamás
en el aire de su bosque

en la soledad de cada brizna
sobre el candil del tibio sol
que humilde trae

nadie ha besado
                        jamás
los labios de sal
que lo atraviesan

nadie ha visto
su enrevesado rostro
siquiera

ni cosechado los musgos
ni abrazado los pájaros
ni rodeado el horizonte
ni abarcado su cielo

nunca nadie ha visto
sus amarillas manos
ni sus ojos
de viento

ni la luz que acuna

como un tajo sin pecho

©Daniel Cáseres.


lunes, 27 de julio de 2020

EL MISTERIO DE LA ROSA (Segunda parte)


Martín Heidegger
Martín Heidegger decía que el hombre verdaderamente es —por primera vez— cuando en su manera de ser, es como la rosa de Silesius[1].(ver primera parte). Y va a tomar del Maestro Eckhart un concepto fundamental: la Gelassenheit, es decir la Serenidad. Estamos frente al último Heidegger; el que va a conducir sus pasos por un sendero de serenidad. Una serenidad que será camino y punto de llegada. Hogar definitivo. 
Él va a decir que pensamiento calculador y pensamiento meditativo son elementos constitutivos y necesarios. Uno para hacer y el otro para ser. A la vez que va a advertir severamente que si el primero (calculador) prevalece sobre el segundo (meditativo), pronto nos vaciará por completo de nuestro ser. Por eso se encargará, además, de exhortar vivamente a tomar  la resolución de adoptar el pensamiento meditativo, en el sentido de abrirse a él, de darle acogida en nuestra vida, como el campesino que aguarda a que la semilla germine. 
El Camino del Campo
Es en este momento de su vida en que camino y crepúsculo se complementarán uno a otro, y cuando la Naturaleza se replegará sobre sí misma, se volverá íntima y comprensiva. Camino y crepúsculo crearán el ambiente propicio y darán paso a la Gelassenheit, la Serenidad. 
Parte desde el portón del jardín real hacia Ehnried. Los viejos tilos del jardín del palacio lo miran por encima de los muros, lo mismo cuando en tiempo de Pascua brilla claro entre los sembrados que crecen y las praderas que se despiertan, que cuando por Navidades desaparece entre los remolinos de nieve detrás de la colina más cercana. Al llegar a la cruz de los caminos, dobla en dirección al bosque. 
Al pasar por la linde saluda a una encina erguida, bajo cuya copa hay un banco, totalmente labrado. De vez en cuando reposaban sobre él uno u otro escrito de los grandes pensadores, que la inexperiencia de un joven intentaba descifrar. Si unos sobre otros se amontonaban los enigmas y no se encontraba ninguna salida, entonces el camino del campo ayudaba. Porque él dirige el paso en una senda dócil, sereno a través de la anchura de esta tierra enjuta. 
Una y otra vez, de cuando en cuando, vuelve el pensar a los mismos escritos o por los propios intentos a lo largo del sendero que el camino rural lleva a través de la campiña. Este camino permanece tan cercano al paso del pensador como al paso del campesino, que al amanecer sale a segar sus prados.

Así comienza la traducción de Olegario González de Cardedal de «Der Feldweg», lireralmente El camino de tierra, que conocemos de manera célebre como «El camino del campo»[2]. A este camino, Heidegger lo rememora como una fuente legítima de sentido y de sabiduría. El gran filósofo, en cierta manera se declaraba inhábil para descifrar los hondos misterios de la vida:

Si unos sobre otros se amontonaban los enigmas y no se encontraba ninguna salida, entonces el camino del campo ayudaba. 

En rescate del pensamiento acudía este camino, con serenidad, pero en su sinuosidad, a través de la infinitud de la campiña. De algún modo, los enigmas que el joven Heidegger no podía o no quería resolver, el camino se los resolvía. La figura del roble es muy interesante, ya que es el árbol que simboliza la vida y la valentía. El roble crece lentamente y es en ese crecimiento donde está fundamentado lo que está destinado a perdurar. 
Crecer es abrirse a la amplitud del cielo, tanto como estar arraigado en la oscuridad de la tierra. Tierra que tiene, en sí misma, el germen de la Poiesis, (ver primera parte)
El camino, sus ondulaciones, el bosque, son siempre representaciones de abrazar lo sencillo porque en lo sencillo se conserva el enigma de lo perenne y de lo grande. Lo sencillo moldea al hombre de tal manera que penetra en él, pero requiere, sin embargo, una larga maduración.

La rosa del Principito
Tal vez, uno de los mensajes más terribles de «El Principito» de Antoine de Saint Exupéry sea que la rosa, finalmente no pertenecía al Principito. Es ese desasimiento, que el Maestro Eckhart llama Abgeschiedenheit, es decir una reclusión, pero en sentido de abandono, un desasirse que permite la unión, la fusión en la contemplación. 
Justamente los tópicos más recurrentes en la teología de Maestro Eckhart son el desasimiento y la unión del hombre con Dios. 
Es este desasimiento lo que permite abrazar el abismo desde el que saltan hasta los ojos la rosa de Silesius y también la de Saint Exupéry. 
La sencillez en la serenidad que nos trae Heidegger es, a su vez,  el camino que permite acceder a la contemplación poética. 
En palabras de Heidegger: 
«Al llegar a la cruz de los caminos,
dobla en dirección al bosque»
Lo Sencillo se ha hecho todavía más sencillo y lo Simple más simplificado. Lo que es siempre idéntico sorprende y libera. La palabra que nos dirige el camino del campo es ahora totalmente clara. ¿Es el agua la que habla? ¿Es el mundo? ¿Es Dios? Todo dice la renuncia que conduce hacia lo mismo. La renuncia no quita, sino que da. La renuncia da la potencia inagotable de lo sencillo. La palabra del camino nos otorga patria al implantarnos en un originario Origen. 




Finalmente, es imposible que no acuda a mi mente y a mi corazón la palabra de la poeta argentina Alejandra Pizarnik[3], brillando con aquella misma sencillez y serenidad heideggeriana, que son a la vez pórtico y salto hacia lo eterno:

Una mirada desde una alcantarilla
puede ser una visión del mundo,
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.[4]




[1] MARTIN HEIDEGGER. DER SATZ VOM GRUND - El priNcipio de la razón. Universidad de Friburgo. 1956. P 72-73
[2] MARTÍN HEIDEGGER. Der Feldweg. Herder. 2003.
[3] ALEJANDRA PIZARNIK. Avellaneda, 29 de abril de 1936-Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972.
[4] ALEJANDRA PIZARNIK. El árbol de Diana. Poesía Completa. Madrid. Lumen. 2012.






domingo, 26 de julio de 2020

HUMEDEZCO MIS PIES

Humedezco mis pies
en tu ternura de mar
rojizo y cera
gasto mis pasos en tu presencia

y guardo
            el brillo de mis grietas
para llorarte como a un dios
que quise tanto

y descanso
en el misterio carmín de tus naufragios
las estrellas
              respiran como peces
tendidos en la arena
tienen raíces

(rabiosos gritos)

hasta el final del vacío
             en el principio
relámpago y espejo
son música
que me lava los ojos
                     la boca

y baja a media asta
mi garganta
para escucharte


©Mineral
©Editorial Viajera. 2016.
©Daniel Cáseres.

EL MISTERIO DE LA ROSA (Primera parte)

El filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz[1], decía que «nada es sin razón». Contra esto, su coetáneo, el médico, poeta y filósofo Johann Scheffler[2], más conocido como Angelus Silesius escribía el siguiente epigrama[3]

La rosa es sin por qué, florece porque florece.[4]

Silesius nos dice a través de este breve poema, que la rosa es sin causa eficiente, es decir sin una causalidad que la haga ser y proceder y que, además —para odio de Leibniz— que el acontecimiento de la rosa, es decir, su florecer, es independiente de un sujeto que le asigne una razón, un valor o una utilidad.
Angelus Silesius
La rosa tampoco se preocupa de sí misma y desde luego no pregunta si es mirada para así florecer o no. 

Eckhart de Hochheim[5], más conocido como Maestro Eckhart, algunos siglos antes, dirá que la especificidad de las cosas de Dios está dada por ser las cosas del «sin por qué», es decir que son sin más razón, que la de ser.
Maestro Eckhart

En un intento de aproximación a una contemplación poética, podría decir que esa ausencia de «principio de razón suficiente» y que se sustrae al pensamiento objetivante, ha des-cubierto a la rosa y ha permitido que hable desde sí misma, ya que el poeta la ha contemplado “sin un para qué”, es decir, sin establecer su voluntad de saberla, poseerla, dominarla, ni mucho menos estudiarla. Silesius la contempla sin esperar una recompensa. Simplemente la deja ser

Fernando Pessoa

Es en esta línea de pensamiento, que muchos siglos más adelante, el escritor portugués Fernando Pessoa[6] —bajo el heterónino[7] de Alberto Caeiro— escribirá: 

El río de mi aldea no hace pensar en nada. 
Quien está junto a él, solo está junto a él.

Contemplar —en principio— es abandonar todo intento de diseccionar lo que se observa. El hombre que frente a las cosas se limita simplemente a ser hombre, dejando de ser sujeto que diseca y analiza y que, además, logra soltar «palabras sobre las cosas en tanto ‘cosas’ y no ‘objetos’»[8], es aquel que contempla

La «palabra poética» será el pensamiento que contempla y medita, renunciando a todo intento de «agresión» sobre las cosas. El poeta deja la rosa, el río o lo que fuera que observe, pronunciarse a sí mismos. No los objetiva precisamente porque no intenta dominarlos. 


Florece porque florece

Este aparecer, esta fuerza en el acontecer es lo que los griegos llamaban Physis o Fysis, (Φύσις) y que se traduce por «Naturaleza» y que procede del verbo phyo (φύω) que significa crecer o brotar. 

La Alétheia (αλήθεια), es el alma de la Physis y significa «Verdad», pero no en el sentido de «dogma», sino en el sentido de «desvelar», de «descubrir» y en sí, de sinceridad de los hechos y de la propia realidad. Estas dos bellísimas palabras, unidas a la Poiesis (ποíησιζ), es decir la «Creación», conforman en parte el estrecho misterio que intento desvelar en esta primera entrega. 

Todos estos conceptos: Naturaleza que brota en su Verdad como un descubrimiento, como una Creación en sí misma, sumado al significado que los griegos antiguos tenían de la Técnica (τέχνη), «dejar que algo se produzca, permitir a algo aparecer», es lo que necesitamos para comprender el acontecimiento poético. 

La Técnica en su sentido griego y relacionada con la Poiesis (Creación) es aquello que posibilita el acontecimiento de «traer las cosas desde sí hacia sí mismas». En este sentido se familiariza más con el trabajo del granjero que planta la semilla artesanalmente y posibilita mediante cuidados que brote y crezca, que con el trabajo de un herrero, que vendría a ser un fabricante de cosas. 

La Physis, es decir la Naturaleza es aquella que, además, es Poiética. En lenguaje más cercano: La verdadera Naturaleza es la que es Poética. La que se deja acontecer. El Poeta será por tanto aquél que entiende a la Técnica, como ese «permitir que la Naturaleza acontezca» en el marco de su Verdad, su Alétheia. 





[1] Leipzig, 1 de julio de 1646-Hannover, 14 de noviembre de 1716.
[2] Breslavia 25 de diciembre de 1624 – ibídem 9 de julio de 1677.
[3] RAE. Poema breve, ingenioso y satírico, que generalmente expresa un pensamiento con agudeza.
[4] Peregrino Querúbico. Angelus Silesius (Cherubinischer Wandersmann) Año 1657.
[5] ¿? Turingia 1260 – 30 de abril de Avignon 1328.
[6] Lisboa, 13 de junio de 1888 - ibídem, 30 de noviembre de 1935
[7] RAE. Nombre diferente al suyo con el que un autor firma su obra cuando adopta una personalidad fingida.
[8] Hugo Mujica. La Palabra Inicial. Biblos. 2010. 






sábado, 25 de julio de 2020

ESCONDIDO


Morir al mundo
sellar puertas y ventanas

que la oscuridad
      no perciba ya 
               mis gestos
que no sepa si existo
 que piense 
        que ya no respiro

solo un resplandor
         a través 
          de las hendijas

desde dentro

solo un rumor de aguas
          a través 
de mis frágiles paredes

tan solo una leve sonrisa
       que hable del Ágape

sepultado del todo
    muerto del todo
       viviendo para muchos

habitando infinito
       en la mirada de Aquel
                     que solo ama


©Daniel Cáseres.

A VECES EL VIENTO


A veces el viento
         es otra lluvia

   se desvanece
             en los árboles

 
    refresca el aire


           dibuja en la arena
    ondas de agua

su secreto
no es
      de dónde viene
           sino sus manos

      la huella donde crece
también borra el camino


©Daniel Cáseres.


PALABRA DE DIOS Y AUTOCOMUNICACIÓN (Segunda parte)



Dios ha salido al encuentro del ser humano y le ha dirigido su palabra, dándonos una luz para comprendernos a nosotros mismos y comprender el mundo.
En esto consiste la Revelación Sobrenatural o Revelación propiamente dicha. 
La afirmación de una intervención de Dios en la historia, debida únicamente a su decisión libre —escribe René Latourelle— es la principal característica de la religión del Antiguo Testamento. En términos generales, la Revelación de Dios se presenta como la experiencia de la acción de una potencia soberana[1] que modifica el curso normal de la historia y de la existencia individual, sin que se trate de una manifestación bruta de potencia. 

Por el contrario, esta potencia dialoga, anuncia, explica y manifiesta un designio. La Revelación, que en esencia también es palabra poética, se realiza en la historia gracias a que Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad.[2]

El Catecismo de la Iglesia Católica, se hace eco de esto último y afirma que le es posible al ser humano conocer a Dios mediante el uso de la razón natural, a través de la propia belleza de las obras divinas. Pero aclara que existe otro orden de conocimiento al que no tiene ningún tipo de acceso por sus propias fuerzas.[3] Y es a este nuevo y distinto orden de conocimiento lo que denomina Revelación Divina. 

El designio de Dios en la Revelación se lleva a cabo mediante acciones y palabras que están ligadas y que se esclarecen mutuamente. Este designio se manifiesta, como a hemos dicho, en una pedagogía divina[4] que consiste en que Dios se fue dando a conocer al ser humano de manera gradual y que dicho darse a conocer, culminó en la Persona y la misión del Verbo Encarnado, Jesucristo. 

Es de destacar que Los Padres de la Iglesia concebían el mundo como una gran «teofanía», una gran manifestación de Dios. Hablaban incluso de una «cosmología sacramental». En este sentido, puede decirse que la Revelación en sí misma, tiene una naturaleza sacramental a través de la Palabra y de la acción de Jesucristo. 

El Antiguo Testamento carece de un término técnico que exprese el concepto de Revelación. La expresión Palabra de Yavé es la más utilizada, por lo significativa, para manifestar la comunicación divina. Tanto es así, que J.F. Leenhardt dirá que no hay en toda la tradición cristiana y, antes de Jesucristo, en el hebraísmo del que ha nacido, ningún vocablo que ocupe un lugar o desempeñe un papel tan importante como el del término palabra.[5]

La palabra de Dios dirige e inspira una historia que comienza al ser pronunciada en la creación y que termina con la palabra hecha carne, Jesucristo. Israel le asignaba a la palabra de Dios un valor y un sentido singular. 

La palabra דָּבָר (dabar), tiene una etimología discutible. Sin embargo, gracias a su uso podemos comprender el alcance del término. 

El dabar es lo que sale de los labios o, en tal caso, de la boca: 
Pero yo no te instigué a mandar una desgracia ni he deseado el día irreparable. Tú lo sabes: lo que salía de mi boca está patente delante de tu rostro.[6]

Pero que primero se ha dicho en el corazón:
El necio se dice a sí mismo: «No hay Dios», todos están pervertidos, hacen cosas abominables, nadie practica el bien.[7]

O lo que sube a su corazón:
Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria.[8]

O a su espíritu: 
El espíritu del Señor cayó sobre mí y me dijo: «Di: Así habla el Señor: Ustedes han dicho esto, casa de Israel, y yo sé lo que están pensando.»[9]

En todos los casos, el dabar designa una realidad concreta. No expresa —ni tampoco es— un conjunto de ideas abstractas, sino que está cargado de un sentido que deviene de la concentración del corazón en un determinado objeto o de la subida a la mente de aquellos sentimientos que prevalecen, al tiempo que trasmite un estado del espíritu. 
Justamente es «algo del espíritu» lo que genera una impronta en la palabra dicha. Detrás del dabar subyace el alma que la ha creado. Es por esto, que la palabra es realizadora: «porque obra en la prolongación de la energía psíquica que la ha creado».[10]

En el dabar, palabra y cosa son lo mismo 

Cuando la palabra se impone a las cosas, crea. Es como si siempre estuviera impulsando desde detrás la existencia de aquello que designa. De acuerdo con la concepción hebrea del dabar, la Palabra de Dios, no describe, sino que realiza aquello que nombra. Se hace necesario aquí introducir una segunda profundización de sentido al concepto de Revelación, que consiste en afirmar que la Revelación implica y trasciende aquello que detallan las Sagradas Escrituras, afirmado en la Tradición y, por ende, transmitido a través de la Sucesión Apostólica. 

Escritura y Tradición están íntimamente unidas y compenetradas, surgen de una misma fuente divina y han de recibir idéntica veneración[11]. Sin embargo, la fuerza de la Revelación de Dios en la historia radica en la novedad de que Dios revela su propia Persona. Se entrega totalmente. Es decir que el concepto de Revelación no está tan asociado con la transmisión de un mensaje, sino con la idea de que Dios se da a sí mismo, se autocomunica, es decir, se da enteramente, sin reservas. 

Por lo tanto la Revelación no es algo que el ser humano se ha procurado, sino que le ha sido dado. Lo «Revelado» no es más ni menos que la misma Persona de Dios. En boca de San Pablo:

Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.[12]

Ahora, el texto de la carta a los hebreos 1,1 que presenté en la entrega anterior, cobra un nuevo significado: Algo de fundamental importancia ha sucedido: En la Persona de Jesucristo, la Palabra interior de Dios —esa Palabra en la que Dios se expresa totalmente y conoce todo— se hizo hombre y Palabra de Salvación. 
Jesucristo, el Verbo encarnado, es la presencia del Hijo entre nosotros. 
Habla, predica, enseña y atestigua lo que ha visto y oído en el seno del Padre, traduciéndolo en palabras humanas que podemos comprender. El arte de la comunión lleva más esfuerzo y más tiempo, que el arte de la comunicación. 
Dios quiere entrar en diálogo. Pero un diálogo de comunión. El ser humano, en solitario, no tiene acceso a la capacidad de dialogar, mucho menos de entrar en comunión con Él. Dicha capacidad de comunión le viene de parte de Dios como un don. La capacidad humana más profunda no es la de hacer, sino la de recibir. En cierta forma, ser persona es ser capaz de recibir el trato de Dios.
El ser humano, por lo tanto, es tan grande como aquello que se deja regalar. Y si el concepto de persona hace referencia a un ser con poder de raciocinio, que posee conciencia sobre sí mismo y que cuenta con identidad propia, solo el trato con Dios le da la posibilidad al ser humano de alcanzar plena conciencia de su propio Misterio. Es decir, que esta profunda relación con Dios, en el conocimiento de lo revelado, asegura un vínculo no solo con el Misterio Divino, sino, además, con el Misterio Humano. De esta manera —y en un decir casi coloquial— no será tan persona aquel que nada se pregunta sobre Dios. De esto último se desprende que no es mirándonos a nosotros mismos como entendemos el misterio del ser humano, porque no somos el misterio original. Solo aquel que se pregunta sobre Dios, tiene la posibilidad de encontrarse consigo mismo. 




[1] RENÉ LATOURELLE. Teología de la Revelación. Sígueme. Salamanca. 1982. ps. 19-20.
[2] Cf CONCILIO VATICANO II. Dei Verbum, 2.
[3] Cf CCE 50.
[4] Cf CCE 53.
[5] J.F. LEENHARDT. RHPhR (Revista de Historia y Filosofía Religiosa) 35. 1955. La significación de la noción de palabra en el pensamiento cristiano. p. 261.
[6] Cf Jer 17,16.
[7] Cf Sal 14,1.
[8] Cf Is 65,17.
[9] Cf Ez 11,5.
[10] RENÉ LATOURELLE. Teología de la Revelación. Sígueme. Salamanca. 1982. p. 30.
[11] Cf DV 9.
12] Cf Flp 2,6-8.

viernes, 24 de julio de 2020

PALABRA DE DIOS Y AUTOCOMUNICACIÓN (Primera parte)

Etimológicamente, «revelar» es quitar el velo. A la manera en que se quitan los tules del rostro y se lo exhibe. De este modo aparece ante los ojos un dato que estaba oculto hasta ese momento. A partir de entonces, se conoce algo que se desconocía. En palabras simples, el acto de revelar tiene que ver con la transmisión de una determinada información. Esto también se aplica a la «Revelación Cristiana». Decimos entonces, que es posible para el ser humano llegar a la noticia de Dios, gracias a que accede a una determinada información que le permite nutrirse de su novedad.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el nro. 33:

Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual.

Es decir, que las facultades naturales del ser humano lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Esta idea es resumida en la famosa expresión Homo capax Dei, según la cual, el ser humano tiene per se la posibilidad del conocimiento de Dios.
Este es un buen punto de partida. Sin embargo, es necesario realizar una profundización del concepto de Revelación que venimos dando, diciendo que cuando se habla de «Revelación en la Fe», no se está hablando del camino por el cual el hombre llega a conocer a Dios, sino del camino por el cual Dios se dio a conocer a sí mismo en la historia. No se está hablando de la manera en que el ser humano se eleva hacia Dios, sino cómo Dios se abaja al ser humano. Esa es la especificidad de la Revelación judeocristiana. Para poder avanzar en este sentido, debemos desarrollar una actitud diferente: la del hombre que acoge algo que le es dado, en vez de la actitud del hombre que indaga sobre Dios. Este segundo movimiento, en el que el ser humano se desenvuelve hacia Dios, aunque válido y necesario, es complementario. Es más central en la noción de Revelación Cristiana el hecho de que Dios va al encuentro del hombre, que el hecho de que el hombre vaya en su búsqueda.
Dice la Carta a los hebreos 1,1:

Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.

Se advierte claramente en el texto la direccionalidad de la Palabra, que primeramente fuera dirigida por Dios a nuestros primeros padres. Esto responde al plan histórico salvífico de Dios, que se revela por etapas, con una pedagogía especial.
Quien escucha a Dios, sabe más sobre el mundo —y sobre sí mismo— que una persona que sólo cuenta con sus propias fuerzas. Esta afirmación vale también si se la invierte. Es decir, que quien busca un conocimiento profundo sobre la realidad que le rodea y su propia existencia, está llamado a considerar la Revelación Divina. 
Tomemos, pues, en consideración al poeta Friedrich Hölderlin, que en su poema «Sócrates y Alcibíades», dice lo siguiente:

Quien piensa lo más profundo, ama lo más vivo.

Haciendo un rápido resumen, la obra refiere a los sabios, que luego de escrutar en el mundo, a menudo acaban por desdeñar toda sabiduría meramente humana, inclinándose finalmente hacia lo bello. Pero ¿qué es lo más bello a lo que el hombre puede tener acceso? 
En las líneas que siguen comparto el poema completo:



Venerado Sócrates, ¿por qué siempre alabas a este joven? 

¿No conoces nada más grande?

¿Por qué, con amor, 

lo contemplas como contemplamos a los dioses?»


Quien piensa lo más profundo, ama lo más vivo,
comprende la excelsa juventud quien escruta en el mundo
y a menudo los sabios se inclinan, a la postre, 
ante lo bello.[1]


Una vez dentro del poema, vemos que el «Venerado Sócrates», resuelve las preguntas que se le formulan, argumentando que la comprensión de «la excelsa juventud», se aproxima al acto de mirar cara a cara a los dioses. Es decir, que la comprensión de lo «siempre joven» favorece el encuentro con lo divino y en esta epifanía, al sentir del poeta, se encuentra el anclaje a la vida verdadera. 
Da la impresión de que la segunda estrofa resaltara la acción en un solo sentido, es decir, pareciera que solamente el que contempla es quien actúa y lo contemplado asumiera un rol meramente pasivo. De este modo, en apariencia, el esfuerzo del sabio lo es todo. Él es el que piensa con profundidad, ama, comprende, abraza con su intelecto. Sin embargo, al ahondar en la construcción de la obra, se advierte que la acción se origina en aquello que en un primer momento parecía inmóvil.
En efecto, la primera estrofa —que se encuentra entre comillas— plantea unas preguntas que nos dan la clave del sentido del poema. Así notamos que «anticipan» que no hay nada más grande que alabar y contemplar con amor la juventud, que brilla serena y, sobre todo, con anterioridad al sabio capaz de advertirla. Para el poeta, la contemplación de la belleza física es la antesala de la contemplación de la belleza del alma, y acaba por identificarla como idea suprema junto al Bien. La primera estrofa ofrece la pista de que existe una relación entre el contemplar como Sócrates lo hace, y mirar a los dioses a la cara, y que de este «encuentro» se desprende el verdadero goce. Por eso el sabio lo prefiere y se deja arrobar por lo bello. Esta idea que propone el poema se emparenta con el concepto de Platón, que unifica «lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero». La belleza como semejante al bien y éste como algo indisoluble del conocimiento y la ciencia. Lo que sigue es un deseo irrefrenable de lo bello, pero este deseo es una contestación a su llamado radiante y silencioso. Las facultades de pensar y de comprender mencionadas, no hacen más que destacar cierta capacidad de apreciación, pero éstas no son más que una parte de lo que es la respuesta al llamado que realiza, de antemano, la Belleza como supremo bien. 
De esta manera, en el sentir del poeta, lo más bello se encuentra oculto en lo profundo y se revela a sí mismo en lo más vivo. Es la belleza de lo contemplado, la que avanza sobre el que contempla, llamándolo, modificándolo y tomando posesión de él. Y quien se tiene por sabio, no ha de permanecer indiferente a este llamado.


[1] J.C.F. HÖLDERLIN. Sócrates y Alcibíades. (1798). Poesía Completa. Ediciones 29. Edición bilingüe. 1977.

Trece Monedas

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