sábado, 25 de julio de 2020

PALABRA DE DIOS Y AUTOCOMUNICACIÓN (Segunda parte)



Dios ha salido al encuentro del ser humano y le ha dirigido su palabra, dándonos una luz para comprendernos a nosotros mismos y comprender el mundo.
En esto consiste la Revelación Sobrenatural o Revelación propiamente dicha. 
La afirmación de una intervención de Dios en la historia, debida únicamente a su decisión libre —escribe René Latourelle— es la principal característica de la religión del Antiguo Testamento. En términos generales, la Revelación de Dios se presenta como la experiencia de la acción de una potencia soberana[1] que modifica el curso normal de la historia y de la existencia individual, sin que se trate de una manifestación bruta de potencia. 

Por el contrario, esta potencia dialoga, anuncia, explica y manifiesta un designio. La Revelación, que en esencia también es palabra poética, se realiza en la historia gracias a que Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad.[2]

El Catecismo de la Iglesia Católica, se hace eco de esto último y afirma que le es posible al ser humano conocer a Dios mediante el uso de la razón natural, a través de la propia belleza de las obras divinas. Pero aclara que existe otro orden de conocimiento al que no tiene ningún tipo de acceso por sus propias fuerzas.[3] Y es a este nuevo y distinto orden de conocimiento lo que denomina Revelación Divina. 

El designio de Dios en la Revelación se lleva a cabo mediante acciones y palabras que están ligadas y que se esclarecen mutuamente. Este designio se manifiesta, como a hemos dicho, en una pedagogía divina[4] que consiste en que Dios se fue dando a conocer al ser humano de manera gradual y que dicho darse a conocer, culminó en la Persona y la misión del Verbo Encarnado, Jesucristo. 

Es de destacar que Los Padres de la Iglesia concebían el mundo como una gran «teofanía», una gran manifestación de Dios. Hablaban incluso de una «cosmología sacramental». En este sentido, puede decirse que la Revelación en sí misma, tiene una naturaleza sacramental a través de la Palabra y de la acción de Jesucristo. 

El Antiguo Testamento carece de un término técnico que exprese el concepto de Revelación. La expresión Palabra de Yavé es la más utilizada, por lo significativa, para manifestar la comunicación divina. Tanto es así, que J.F. Leenhardt dirá que no hay en toda la tradición cristiana y, antes de Jesucristo, en el hebraísmo del que ha nacido, ningún vocablo que ocupe un lugar o desempeñe un papel tan importante como el del término palabra.[5]

La palabra de Dios dirige e inspira una historia que comienza al ser pronunciada en la creación y que termina con la palabra hecha carne, Jesucristo. Israel le asignaba a la palabra de Dios un valor y un sentido singular. 

La palabra דָּבָר (dabar), tiene una etimología discutible. Sin embargo, gracias a su uso podemos comprender el alcance del término. 

El dabar es lo que sale de los labios o, en tal caso, de la boca: 
Pero yo no te instigué a mandar una desgracia ni he deseado el día irreparable. Tú lo sabes: lo que salía de mi boca está patente delante de tu rostro.[6]

Pero que primero se ha dicho en el corazón:
El necio se dice a sí mismo: «No hay Dios», todos están pervertidos, hacen cosas abominables, nadie practica el bien.[7]

O lo que sube a su corazón:
Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria.[8]

O a su espíritu: 
El espíritu del Señor cayó sobre mí y me dijo: «Di: Así habla el Señor: Ustedes han dicho esto, casa de Israel, y yo sé lo que están pensando.»[9]

En todos los casos, el dabar designa una realidad concreta. No expresa —ni tampoco es— un conjunto de ideas abstractas, sino que está cargado de un sentido que deviene de la concentración del corazón en un determinado objeto o de la subida a la mente de aquellos sentimientos que prevalecen, al tiempo que trasmite un estado del espíritu. 
Justamente es «algo del espíritu» lo que genera una impronta en la palabra dicha. Detrás del dabar subyace el alma que la ha creado. Es por esto, que la palabra es realizadora: «porque obra en la prolongación de la energía psíquica que la ha creado».[10]

En el dabar, palabra y cosa son lo mismo 

Cuando la palabra se impone a las cosas, crea. Es como si siempre estuviera impulsando desde detrás la existencia de aquello que designa. De acuerdo con la concepción hebrea del dabar, la Palabra de Dios, no describe, sino que realiza aquello que nombra. Se hace necesario aquí introducir una segunda profundización de sentido al concepto de Revelación, que consiste en afirmar que la Revelación implica y trasciende aquello que detallan las Sagradas Escrituras, afirmado en la Tradición y, por ende, transmitido a través de la Sucesión Apostólica. 

Escritura y Tradición están íntimamente unidas y compenetradas, surgen de una misma fuente divina y han de recibir idéntica veneración[11]. Sin embargo, la fuerza de la Revelación de Dios en la historia radica en la novedad de que Dios revela su propia Persona. Se entrega totalmente. Es decir que el concepto de Revelación no está tan asociado con la transmisión de un mensaje, sino con la idea de que Dios se da a sí mismo, se autocomunica, es decir, se da enteramente, sin reservas. 

Por lo tanto la Revelación no es algo que el ser humano se ha procurado, sino que le ha sido dado. Lo «Revelado» no es más ni menos que la misma Persona de Dios. En boca de San Pablo:

Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.[12]

Ahora, el texto de la carta a los hebreos 1,1 que presenté en la entrega anterior, cobra un nuevo significado: Algo de fundamental importancia ha sucedido: En la Persona de Jesucristo, la Palabra interior de Dios —esa Palabra en la que Dios se expresa totalmente y conoce todo— se hizo hombre y Palabra de Salvación. 
Jesucristo, el Verbo encarnado, es la presencia del Hijo entre nosotros. 
Habla, predica, enseña y atestigua lo que ha visto y oído en el seno del Padre, traduciéndolo en palabras humanas que podemos comprender. El arte de la comunión lleva más esfuerzo y más tiempo, que el arte de la comunicación. 
Dios quiere entrar en diálogo. Pero un diálogo de comunión. El ser humano, en solitario, no tiene acceso a la capacidad de dialogar, mucho menos de entrar en comunión con Él. Dicha capacidad de comunión le viene de parte de Dios como un don. La capacidad humana más profunda no es la de hacer, sino la de recibir. En cierta forma, ser persona es ser capaz de recibir el trato de Dios.
El ser humano, por lo tanto, es tan grande como aquello que se deja regalar. Y si el concepto de persona hace referencia a un ser con poder de raciocinio, que posee conciencia sobre sí mismo y que cuenta con identidad propia, solo el trato con Dios le da la posibilidad al ser humano de alcanzar plena conciencia de su propio Misterio. Es decir, que esta profunda relación con Dios, en el conocimiento de lo revelado, asegura un vínculo no solo con el Misterio Divino, sino, además, con el Misterio Humano. De esta manera —y en un decir casi coloquial— no será tan persona aquel que nada se pregunta sobre Dios. De esto último se desprende que no es mirándonos a nosotros mismos como entendemos el misterio del ser humano, porque no somos el misterio original. Solo aquel que se pregunta sobre Dios, tiene la posibilidad de encontrarse consigo mismo. 




[1] RENÉ LATOURELLE. Teología de la Revelación. Sígueme. Salamanca. 1982. ps. 19-20.
[2] Cf CONCILIO VATICANO II. Dei Verbum, 2.
[3] Cf CCE 50.
[4] Cf CCE 53.
[5] J.F. LEENHARDT. RHPhR (Revista de Historia y Filosofía Religiosa) 35. 1955. La significación de la noción de palabra en el pensamiento cristiano. p. 261.
[6] Cf Jer 17,16.
[7] Cf Sal 14,1.
[8] Cf Is 65,17.
[9] Cf Ez 11,5.
[10] RENÉ LATOURELLE. Teología de la Revelación. Sígueme. Salamanca. 1982. p. 30.
[11] Cf DV 9.
12] Cf Flp 2,6-8.

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