lunes, 27 de julio de 2020

EL MISTERIO DE LA ROSA (Segunda parte)


Martín Heidegger
Martín Heidegger decía que el hombre verdaderamente es —por primera vez— cuando en su manera de ser, es como la rosa de Silesius[1].(ver primera parte). Y va a tomar del Maestro Eckhart un concepto fundamental: la Gelassenheit, es decir la Serenidad. Estamos frente al último Heidegger; el que va a conducir sus pasos por un sendero de serenidad. Una serenidad que será camino y punto de llegada. Hogar definitivo. 
Él va a decir que pensamiento calculador y pensamiento meditativo son elementos constitutivos y necesarios. Uno para hacer y el otro para ser. A la vez que va a advertir severamente que si el primero (calculador) prevalece sobre el segundo (meditativo), pronto nos vaciará por completo de nuestro ser. Por eso se encargará, además, de exhortar vivamente a tomar  la resolución de adoptar el pensamiento meditativo, en el sentido de abrirse a él, de darle acogida en nuestra vida, como el campesino que aguarda a que la semilla germine. 
El Camino del Campo
Es en este momento de su vida en que camino y crepúsculo se complementarán uno a otro, y cuando la Naturaleza se replegará sobre sí misma, se volverá íntima y comprensiva. Camino y crepúsculo crearán el ambiente propicio y darán paso a la Gelassenheit, la Serenidad. 
Parte desde el portón del jardín real hacia Ehnried. Los viejos tilos del jardín del palacio lo miran por encima de los muros, lo mismo cuando en tiempo de Pascua brilla claro entre los sembrados que crecen y las praderas que se despiertan, que cuando por Navidades desaparece entre los remolinos de nieve detrás de la colina más cercana. Al llegar a la cruz de los caminos, dobla en dirección al bosque. 
Al pasar por la linde saluda a una encina erguida, bajo cuya copa hay un banco, totalmente labrado. De vez en cuando reposaban sobre él uno u otro escrito de los grandes pensadores, que la inexperiencia de un joven intentaba descifrar. Si unos sobre otros se amontonaban los enigmas y no se encontraba ninguna salida, entonces el camino del campo ayudaba. Porque él dirige el paso en una senda dócil, sereno a través de la anchura de esta tierra enjuta. 
Una y otra vez, de cuando en cuando, vuelve el pensar a los mismos escritos o por los propios intentos a lo largo del sendero que el camino rural lleva a través de la campiña. Este camino permanece tan cercano al paso del pensador como al paso del campesino, que al amanecer sale a segar sus prados.

Así comienza la traducción de Olegario González de Cardedal de «Der Feldweg», lireralmente El camino de tierra, que conocemos de manera célebre como «El camino del campo»[2]. A este camino, Heidegger lo rememora como una fuente legítima de sentido y de sabiduría. El gran filósofo, en cierta manera se declaraba inhábil para descifrar los hondos misterios de la vida:

Si unos sobre otros se amontonaban los enigmas y no se encontraba ninguna salida, entonces el camino del campo ayudaba. 

En rescate del pensamiento acudía este camino, con serenidad, pero en su sinuosidad, a través de la infinitud de la campiña. De algún modo, los enigmas que el joven Heidegger no podía o no quería resolver, el camino se los resolvía. La figura del roble es muy interesante, ya que es el árbol que simboliza la vida y la valentía. El roble crece lentamente y es en ese crecimiento donde está fundamentado lo que está destinado a perdurar. 
Crecer es abrirse a la amplitud del cielo, tanto como estar arraigado en la oscuridad de la tierra. Tierra que tiene, en sí misma, el germen de la Poiesis, (ver primera parte)
El camino, sus ondulaciones, el bosque, son siempre representaciones de abrazar lo sencillo porque en lo sencillo se conserva el enigma de lo perenne y de lo grande. Lo sencillo moldea al hombre de tal manera que penetra en él, pero requiere, sin embargo, una larga maduración.

La rosa del Principito
Tal vez, uno de los mensajes más terribles de «El Principito» de Antoine de Saint Exupéry sea que la rosa, finalmente no pertenecía al Principito. Es ese desasimiento, que el Maestro Eckhart llama Abgeschiedenheit, es decir una reclusión, pero en sentido de abandono, un desasirse que permite la unión, la fusión en la contemplación. 
Justamente los tópicos más recurrentes en la teología de Maestro Eckhart son el desasimiento y la unión del hombre con Dios. 
Es este desasimiento lo que permite abrazar el abismo desde el que saltan hasta los ojos la rosa de Silesius y también la de Saint Exupéry. 
La sencillez en la serenidad que nos trae Heidegger es, a su vez,  el camino que permite acceder a la contemplación poética. 
En palabras de Heidegger: 
«Al llegar a la cruz de los caminos,
dobla en dirección al bosque»
Lo Sencillo se ha hecho todavía más sencillo y lo Simple más simplificado. Lo que es siempre idéntico sorprende y libera. La palabra que nos dirige el camino del campo es ahora totalmente clara. ¿Es el agua la que habla? ¿Es el mundo? ¿Es Dios? Todo dice la renuncia que conduce hacia lo mismo. La renuncia no quita, sino que da. La renuncia da la potencia inagotable de lo sencillo. La palabra del camino nos otorga patria al implantarnos en un originario Origen. 




Finalmente, es imposible que no acuda a mi mente y a mi corazón la palabra de la poeta argentina Alejandra Pizarnik[3], brillando con aquella misma sencillez y serenidad heideggeriana, que son a la vez pórtico y salto hacia lo eterno:

Una mirada desde una alcantarilla
puede ser una visión del mundo,
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.[4]




[1] MARTIN HEIDEGGER. DER SATZ VOM GRUND - El priNcipio de la razón. Universidad de Friburgo. 1956. P 72-73
[2] MARTÍN HEIDEGGER. Der Feldweg. Herder. 2003.
[3] ALEJANDRA PIZARNIK. Avellaneda, 29 de abril de 1936-Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972.
[4] ALEJANDRA PIZARNIK. El árbol de Diana. Poesía Completa. Madrid. Lumen. 2012.






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