En el fresco más allá
la canción de la tarde
mece la montaña
no hay prisa
el otoño camina
en remolinos de hojas
bordeando el río
besa la gramilla
en un ondear de polvo
como esperando algo más
de la tierra
se detiene
inspira hondo
desciende lento
hasta el azul del agua
para beber su tenue vapor
de murmullo
siembra musgos
debajo de los árboles
quiebra ramas secas
como un niño eterno
sonríe triste
de belleza
se inquieta
busca piedras pájaros horizonte
se queda inmóvil
en silencio
luego
nadie lo ha visto llorar
jamás
en el aire de su bosque
en la soledad de cada brizna
sobre el candil del tibio sol
que humilde trae
nadie ha besado
jamás
los labios de sal
que lo atraviesan
nadie ha visto
su enrevesado rostro
siquiera
ni cosechado los musgos
ni abrazado los pájaros
ni rodeado el horizonte
ni abarcado su cielo
nunca nadie ha visto
sus amarillas manos
ni sus ojos
de viento
ni la luz que acuna
como un tajo sin pecho
©Daniel Cáseres.
©Daniel Cáseres.
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